Concert per a orquestra

El Concierto para orquesta de Feliu Gasull, fruto de un encargo de la OBC, surge de una reflexión sobre el silencio, pero no sobre el silencio como ausencia de sonido, sino sobre el silencio interior y la dificultad que tenemos en el momento de entablar el diálogo que continuamente se produce en nuestro cerebro. A partir de la constatación de que nuestro cerebro siempre está pensando y nunca se para, Gasull intenta reproducir musicalmente el proceso de la meditación trascendental, uno de los caminos para llegar al silencio interior. Así, aunque la obra es un concierto para el lucimiento de la orquesta, responde también al concepto de poema sinfónico, puesto que su planteamiento está basado en la descripción del proceso que sigue durante la meditación.

La obra consta de cuatro movimientos que se interpretan sin interrupciones. El primer movimiento representa el caos: expresa la continua actividad cerebral y la dificultad de pararla. Para conseguir dejar la mente en blanco, se inicia la repetición insistente de un mantra, que se desarrolla en el segundo movimiento sobre un ritmo de soleá, un palo flamenco formado por una amalgama rítmica con carácter meditativo y de una gran profundidad. Este ritmo insistente empieza muy lento y va creciendo hasta llegar a interpretarse al triple de la velocidad inicial, para llevarnos hacia un clímax total que desemboca en el silencio. Al final de este momento culminante aparece un instrumento poco habitual en la orquesta, el diapasón, que produce un sonido que se va extinguiendo lentamente de manera natural hasta llegar al silencio. El tercer movimiento, por lo tanto, es el silencio: seis segundos de silencio. El cuarto movimiento representa el retorno a la actividad mental. Este retorno al sonido se produce también de manera progresiva, primero haciendo vibrar una lámina de vibráfono con un arco y después añadiendo gradualmente el resto de instrumentos. Se trata de un movimiento más cantabile, en el que la orquesta presenta más armonía interior que en el resto de la obra. La partitura acaba con una pequeña coda, en la que una voz blanca interpreta una melodía sobre un verso de Josep Carner, en un fragmento que no pretende ser una gran intervención de solista vocal, sino que busca desprender sencillez y simplicidad.

Los planteamientos existenciales que ha generado esta obra son ciertamente difíciles de expresar, pero sin duda la música es un buen medio para intentarlo. Ya lo decía Aldous Huxley, el autor de la mítica novela Un mundo feliz: «Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música».